Un inquietante libro, aparecido este pasado verano en Estados Unidos y recientemente traducido al español (editorial Debate), examina la posibilidad de un mundo sin seres humanos. Es un ejercicio de prospectiva inquietante para cuya elaboración, su autor, Alan Weisman, entrevisto durante más de tres años a científicos de todo el mundo para que dieran respuesta a una pregunta: ¿Cómo sería el mundo sin humanos? Las respuestas fueron publicadas en forma de artículos. Finalmente, se recopilaron y dieron lugar a The world without us. Estas son algunas de las respuestas.
Si alguien quiere saber cuándo va a producirse el fin del mundo lo tiene relativamente fácil. Y no ha de acudir a profetas, astrólogos, adivinos o contactados. El fin del mundo se producirá aproximadamente dentro de unos 5.000 millones de años, cuando nuestra estrella más cercana, el Sol, inicie su expansión hasta convertirse en una gigante roja. En esa época probablemente sólo queden rastros de vida en forma de microorganismos, capaces de adaptarse a las increíblemente duras condiciones de nuestro planeta. Al cabo de unos dos mil millones de años más nuestro la Tierra habrá desaparecido, engullida por el Sol. El final habrá sido como el principio.
Sin embargo, la lógica nos dice que antes de que esto suceda, el ser humano habrá ya desaparecido de la faz de la Tierra, quizás víctima de su propio éxito: el progreso; quizás simplemente porque Gaia se habrá cansado de nosotros y por una simple cuestión de supervivencia, haya decidido eliminarnos. ¿Qué ocurriría entonces? ¿Cómo sería el mundo sin nosotros?
Alan Weisman, profesor de periodismo científico de la Universidad de Arizona y colaborador en The New York Times y la revista Discover, entre otros medios, ha intentado responder a esta pregunta. Para ello, ha pasado más de tres años recorriendo el planeta y entrevistando a científicos y especialistas en biología, geología etc. El resultado fue la reciente publicación en Estados Unidos del libro The world without us, una obra inquietante por lo bien documentada que está y por la solidez de sus argumentos, basados en realidades y en datos científicos. Este libro ha sido recientemente traducido al castellano y Editorial Debate prepara su próximo lanzamiento en España.
Las conclusiones de Weisman son escalofriantes.
Lo primero que fallaría seria el suministro eléctrico dado que la mayoría de las centrales eléctricas tienen un sistema de seguridad que, al detectar que no existe mantenimiento, dejan de funcionar. El suministro procedente de una central nuclear tardaría unos dias ás pero, indefectiblemente, detendrían también su funcionamiento o, lo que es peor, suponiendo algún tipo de cataclismo que acabase con el hombre pero mantuviese intactos los edificios y sus instalaciones, provocaría que las 441 centrales nucleares que existen en el mundo fueran entrando paulatinamente en modo automático, probablemente el recalentamiento del núcleo provocaría explosiones similares a las de Chernobil, liberando cantidades ingentes de material radiactivo a la atmósfera.
La ausencia del hombre también provocaría otras catástrofes. Tomando como ejemplo la ciudad de Nueva York en donde los acuíferos subterráneos son numerosos y los ingenieros han desarrollado sofisticados sistemas de bombeo del agua, la interrupción de este servicio provocaría que los túneles del metro quedasen anegados en pocos días. Lo mismo sucedería en ciudades como Londres o Washington. Pasado un tiempo, el agua habría deshecho el hormigón y oxidado el hierro y el acero.
Pasado un año, las ciudades que hoy conocemos tendrían un aspecto totalmente distinto: el pavimento se habría agrietado y habrían empezado a brotar hierbas y musgo. Las semillas de los arboles que hoy pueblan parques y jardines habrían hecho crecer nuevos arbustos. Apenas 50 años más y las casas y los edificios, atacados por la humedad, las inclemencias del tiempo y la falta de mantenimiento empezaran a derrumbarse. Weisman señala que quizás los edificios más grandes como los museos aguanten un poco más, pero no mucho y con ellos todo el legado artístico y cultural de la humanidad. Quizás las cerámicas y las esculturas perduren algunos siglos más pero al final, acabarían desapareciendo también y con ellas los últimos vestigios del paso del ser humano por la Tierra. Poco a poco, los restos de nuestra civilización se perderían engullidos por los arboles y los arbustos.
Según el biólogo de la Universidad de Harvard, Edward O. Wilson, entrevistado por Weisman para su libro, toda la amplia fauna que tiene su habitat alrededor de la actividad humana dejaría de existir en poco tiempo: las cucarachas, originarias de las cálidas latitudes tropicales, dejaría de existir con la desaparición de las calefacciones; las ratas perderían su principal fuente de alimento: los deshechos y las basuras de los humanos y serían víctimas fáciles de los halcones. Vacas, ovejas, gallinas, cabras, cerdos… todos ellos son animales que de un modo u otro precisan de la protección del ser humano y, descartado un improbable regreso a sus orígenes silvestres, serían presas fáciles para los depredadores que proliferarían sin control. Los perros probablemente volverían a un estado asilvestrado, aunque no por mucho tiempo pues no podrían soportar la competencia con otras especies También los cultivos traídos por los humanos desaparecerían en uno o dos siglos.
Las caídas de rayos procedentes de las tormentas pronto provocarían incendios de proporciones gigantescas, como debieron existir en tiempos de los dinosaurios, acabando con cualquier resto de construcción humana.
La ausencia de actividad humana haría que las emisiones de CO2 cesasen inmediatamente pero se necesitaría tiempo para que las actuales concentraciones de dióxido de carbono descendiesen a los límites de la época preindustrial. Según Weisman, los océanos, cuyas aguas son las que absorben masivamente el CO2, tardarían unos mil años en absorber el 80% del gas actualmente existente en la atmósfera. Dejar el aire tal y como estaba antes de que empezásemos a quemar combustibles fósiles, sería un proceso que duraría 100.000 años, según los químicos de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos, entrevistados por Weisman para su libro.
Y ¿Quién sucedería al ser humano? Es una respuesta difícil. Según Michael Wilson, director del Centro de Investigación de Campo en Gobe (Tanzania) y reputado primatólogo, posiblemente, liberados de la presión del hombre (a principios del s.XX la población de primates en Africa se estima que rondaba los dos millones. Actualmente solo deben quedar unos 150.000) los babuinos tendrían una buena oportunidad de prosperar, seguidos por los chimpancés, buenos depredadores y que han demostrado saber adaptarse a los cambios de los últimos siglos.
Dentro de algunos cientos de miles de años, un extraterrestre que visitase nuestro planeta, o una civilización sin memoria, surgida de nuestras cenizas, no hallaría señales de ese pasado humano. La naturaleza y los elementos habrían borrado todo rastro de nuestro paso por la Tierra. Sólo excavaciones arqueológicas quizás serían capaces de hallar objetos extraños, auténticas anomalías, que serían rápidamente catalogadas como elementos de culto, Mientras, en la memoria colectiva de la nueva humanidad existirían leyendas y mitos que nos hablarían de un pasado mágico que los historiadores se negarían a aceptar. Paradójicamente, las señales de radio y televisión emitidas haría miles de años por una humanidad que se creía eterna, cruzarían el espacio exterior y sorprenderían a un hipotético receptor extraterrestres. Serían los últimos estertores de una humanidad desaparecida cientos de miles de años atrás.
Veamos en detalle la evolución en el tiempo de un mundo sin nosotros.
2 días: Apenas 48 horas de la desaparición de la Humanidad, los túneles del metro de New York se inundan debido a la interrupción de los sistemas de bombeo de agua.
7 días: Las centrales eléctricas han interrumpido ya el suministro de luz. El combustible de emergencia para los generadores que refrigeran el núcleo de los reactores nucleares, se ha agotado. Algunas centrales nucleares explotan. Se libera radioactividad a la atmósfera.
1 año: En todo el planeta, más de mil millones de aves sobreviven cada año al apagarse las luces de advertencia de las torres y antenas de comunicaciones, y al enfriarse los cables de alta tensión. Los animales comienzan a regresar lentamente a las inmediaciones de las centrales nucleares incendiadas o derretidas, a medida que desciende la radiación.
3 años: Por la falta de calor, revientan las tuberías de las ciudades de las regiones más frías. Los escapes de gas provocan enormes incendios que sólo podrán apagarse con fuertes lluvias. Los edificios comienzan a crujir: aparecen grietas y las estructuras se vuelven inestables. La falta de un ambiente cálido, fruto de la desaparición de las calefacciones en los edificios, provoca la desaparición de las cucarachas en las ciudades de temperatura templada, luego de uno o dos inviernos.
10 años: La erosión causada por las goteras y la acción combinada de los elementos terminan derrumbando un gran número de techos de edificios.
20 años: Las columnas de hierro que soportan las vías férreas aéreas de New York están completamente corroídas. El Canal de Panamá desaparece por el avance de la vegetación y las Américas quedan unidas nuevamente. Las verduras se degradan hasta volver a convertirse en especies no comestibles.
100 años: Con la desaparición del tráfico de marfil, el medio millón de elefantes sobrevivientes un siglo atrás, se ha multiplicado por veinte. Las poblaciones de pequeños depredadores -mapaches, comadrejas, zorros- se encuentran en retroceso y en peligro de extinción debido a la aparición de un nuevo competidor altamente voraz e implacable: el antiguo gato doméstico.
300 años: Los puentes colgantes terminan de derrumbarse. Las paredes de numerosos diques ya no resisten la falta de mantenimiento y las fugas de agua inundan las ciudades cercanas.
500 años: Los suburbios de las ciudades son invadidos por los bosques. Los árboles crecen entre restos de vajilla, electrodomésticos e implementos de cocina de aluminio y acero inoxidable.
15 mil años: Los muros de New York y otras grandes metrópolis sucumben finalmente ante el avance de los glaciares. Las únicas estructuras que perduran relativamente intactas en el mundo son las subterráneas; por ejemplo, el túnel del Canal de la Mancha.
35 mil años: Los residuos de plomo que contaminaron el ambiente durante la época en que los humanos aún caminaban sobre la Tierra, por fin pudieron ser absorbidos y degradados por la Naturaleza. Para otros compuestos, como el cadmio, habrá que esperar otros 75 mil años.
100 mil años: Los niveles de concentración de dióxido de carbono vuelven a los límites de la era preindustrial.
250 mil años: Los niveles de radiación de plutonio contenidos en las bombas nucleares (cuyas carcasas han desaparecido por la corrosión muchos, muchos milenios antes) son absorbidos finalmente por el suelo y ya no representan una amenaza.
2 millones de años: Para esta época, es posible que ciertos microbios hayan evolucionado lo suficiente como para degradar los productos plásticos y alimentarse de ellos.
7.2 millones de años: Los vestigios de algunas obras arquitectónicas (estatuas, monumentos) aún permanecen en pie, si es que no fueron destruidos por sismos o inundaciones. Muchos químicos tóxicos producidos por los seres humanos (PCB, dioxinas, etc.) todavía conservan su poder mortal.
10.2 millones de años: Las esculturas de bronce aún siguen siendo reconocibles (aunque probablemente sepultadas por decenas de metros de capas de sedimento).
3000 millones de años: La vida persiste sobre la Tierra, aunque de formas que ni siquiera somos capaces de imaginar.
4500 millones de años: El medio millón de toneladas de uranio 238 presente sólo en los Estados Unidos, llega a la mitad de su ciclo de vida. La Tierra comienza a calentarse debido a la expansión del Sol. Al menos durante mil millones de años más, las formas de vida dominantes serán los microorganismos, tal como en los comienzos de la vida sobre el planeta.
6500 millones de años: La Tierra se derrite por influencia del Sol, que ya ha absorbido a los demás planetas interiores, marcando el final inevitable de nuestro planeta.
Los fragmentos de las comunicaciones de radio y televisión transmitidas por la Humanidad durante su breve paso por el planeta Tierra, continúan viajando a través del espacio como única huella de nuestra remota existencia. Algún día los habitantes de algún remoto planeta captarian los ecos lejanos de una civilización perdida en el tiempo y en el espacio.
Documental muy interesante:
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